18 junio 2006
04 junio 2006
A nadie se le ha pasado por la cabeza preguntarle a los niños o a las niñas si les parece bien pasar su juventud encerrados en colegios. Normalmente, cuando se abre la reja de aquellos establecimientos artificiales, los estudiantes salen escapando hacia la libertad, hacia la movilidad natural de las cosas, hacia la vida.
En el mundo de hoy parece claro que el aprendizaje no seguirá encerrado en los colegios o bibliotecas ni en ningún otro lugar físico, sino que va fluyendo de manera líquida a través de la vida urbana, de la moda, de los medios, de los mails, del chat, de Google. Los planes piramidales de educación oficiales constituyen una forma más de desvarío ante ese mundo reticular y global del que los jóvenes forman parte activa.
La obsolescencia educacional de nuestro país, sin embargo, su contextura carcelaria, es, además de todo, discriminatoria. Los ardorosos aprendices de esclavos del sistema se ofenden, y con razón, por la diferencia de barrotes. Mientras los colegios privados tienen barrotes de mármol diseñados por arquitectos top, los colegios municipalizados del coronel Labbé se las arreglan con rejas de fierro, y en otros lugares hay nada más que pandereta o reja de palo.
Tocada por el soplo de la ferocitas ambiente, la secretaria del centro de alumnas del Villa María Academy se ha sumado al festival afirmando que “aunque estemos en colegios distintos, cuando salgamos de cuarto todos deberíamos tener las mismas condiciones para entrar a competir”. Ella ha dado en el clítoris conceptual del asunto: ¡competir! Nuestros presidentes y ministros, nuestros intelectuales, consideran que el fin de la educación es corregir desigualdades. Es así como se transforma a los colegios en ascensores para el éxito, al conocimiento en mercadería y a los educandos en proyectiles humanos.
Pero liceanos y liceanas están demostrando que no se dejan coger en la trampa. Tienen buena pinta y las ideas claras. Se comunican mediante redes digitales. Están más globalizados que el resto del país. Y su planteo es: queremos una mejor educación.
Pero, ¿qué es una buena educación? Algunos colegios fiscales, como el Instituto Nacional -vaya decadencia-, se concentran en ganar la maratón de la PSU, un sudoku cultural para especialistas enfermos de algún lado del cerebro. La obsesión por las respuestas acertadas parece nublar cualquier otra consideración
03 junio 2006
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