07 mayo 2006

Antoine Lutz y Diego Cosmelli, discípulos de Francisco Varela


El budismo y la conciencia

Tienen en común sus 33 años, su pasión por la biología y haber compartido a Francisco Varela como maestro. El francés Antoine Lutz es doctor en Ciencias Cognitivas, y en el Laboratorio de Neurociencia Afectiva de la Universidad de Wisconsin estudia las reacciones de los cerebros de monjes tibetanos entrenados en meditación e introspección. El doctor Diego Cosmelli trabaja en el Laboratorio de Neurociencias Cognitivas del Departamento de Siquiatría de la Universidad Católica.



Nación Domingo

Por P.V.

¿Qué regiones del cerebro, relacionadas con el bienestar o la felicidad, se activan en las experiencias con monjes budistas?

–Antoine Lutz (A.L.): No hay sólo una región cerebral que se active con el bienestar. Y además hay muchos estilos de meditación, de los cuales se espera que produzcan efectos distintos sobre la mente. Una meditación, por ejemplo, busca entrenar la concentración. Ahí lo que importa es la capacidad de entrenar y calmar la mente. En ese caso se ve que se activan circuitos cerebrales que están asociados principalmente con la atención. Otro tipo de meditación busca generar un estado de compasión, actitudes altruistas. En ese caso se activan regiones del cerebro relacionadas con emociones positivas, pero también una zona que reacciona cuando alguien se acerca o se aleja de hechos que dan miedo o que atraen fuertemente. Cuando se practica la meditación que genera compasión, hay una activación preferente del lado izquierdo del cerebro. Se activan regiones relacionadas con la intención motriz de acercarse a otra persona, de establecer contacto social con el otro. Y también se activa la ínsula, una región cortical que está muy oculta y que está asociada a la capacidad de sentir el propio cuerpo.

–¿Compadecer provoca felicidad?

–A.L.: Uno de los ejes del pensamiento budista está en entrenar un comportamiento orientado y dedicado hacia el otro. Así se reacondiciona la mente, eliminando o minimizando la costumbre de que esté enfocada en el propio ego. Para el budismo, uno de los orígenes del sufrimiento es la egolatría, el apego al propio ego.

En realidad, la felicidad –de acuerdo a mi experiencia– dice mayor relación con una capacidad para enfrentarse a múltiples situaciones de manera óptima y adecuada. Y ello implica, por consiguiente, una activación colectiva de una serie de recursos personales que van a involucrar múltiples regiones del cerebro, no sólo una, para poder enfrentar la situación de la forma adecuada.

PARE DE SUFRIR

–¿Qué hace que el doctor Varela y otros científicos decidan explorar con monjes budistas? ¿Por qué no con monjes católicos o talib musulmanes?

–Diego Cosmelli (D.C.): Francisco tenía un interés metodológico muy fuerte en el budismo porque se practica igual desde hace 2.500 años. Por tanto, el budismo tiene muy regularizado el “protocolo experimental” de cómo enfrentarse a una situación, y los monjes pueden llegar a una descripción muy acabada del fenómeno. Tienen un entrenamiento muy desarrollado de su capacidad de observar su propia mente. Y eso, en sí mismo, es muy interesante porque uno de los problemas en la neurociencia es que aquello que uno define como un estado mental es extremadamente cambiante. Pero ya sabemos que basta con entrenarse un mínimo en técnicas de meditación o en técnicas deportivas, me refiero a la disciplina del atleta, para que los estados mentales puedan sostenerse en el tiempo.

A.L.: Creo que en todas las religiones existe al menos una tradición contemplativa y quienes la practican obtienen resultados parecidos. Pero hay que reconocer que, en el budismo, la cuestión central es el sufrimiento humano. El punto clave es comprender el origen del sufrimiento y cuáles son los mecanismos para superarlo. Hablamos tanto de sufrimiento físico como sicológico. En ese sentido, el budismo tiene algo que decir sobre la felicidad, sobre la superación del sufrimiento, porque es su pregunta central. El otro punto relevante del budismo se refiere a la práctica. La felicidad tiene mucho que ver con la capacidad de conocerse a sí mismo. Y el budismo –como nos decía Francisco Varela– es un gran laboratorio de 2.500 años de antigüedad, en el cual mucha gente ha practicado de la misma manera y ha desarrollado invariantes….

–¿Qué es una invariante?

–D.C.: Algo que es regular dentro de tu experiencia, algo que se puede reconocer independientemente del estado de tu experiencia. Un ejemplo básico: cuando miras un objeto puedes describir con alta resolución el centro de ese objeto, pero la periferia de tu campo visual siempre es difusa. Si enfocas una palabra en el diario que estás leyendo y luego tratas de leer –sin mover los ojos– tres palabras a la izquierda o a la derecha, no lo puedes hacer. Ese es un ejemplo de una invariante. Pero, a su vez, es dinámica, puede cambiar porque si me entreno puedo mejorar mi campo resolutivo.

–A.L.: Así, el “laboratorio” budista, por mucho tiempo, ha generado una práctica del estudio de la mente. Y gracias a ese estudio pueden describir estados mentales –sobre la base de ciertas regularidades o invariantes– que son relevantes. Los monjes pueden compartir la información.

–¿Eso hace que un monje budista sea un colaborador, más que un “objeto” de observación?

–D.C.: Claro que sí. El rigor de la práctica budista, su entrenamiento mental, permite una descripción muy fina y acabada del fenómeno mental, descripción que puede ser “exportada” al dominio científico. ¿Por qué? Porque el científico la recibe más “limpia” y con más detalles. Una persona cualquiera tiene mucho “ruido” en su mente, muchas ideas inconexas unas de otras. Un monje budista elige un estado mental, ingresa en él y se queda ahí durante largo rato.

–¿Son quienes más han entrenado la mente entre los seres humanos?

–A.L.: En todas las tradiciones contemplativas hay personas que han llegado a estados máximos. Pero en los budistas hay un “saber hacer”, un know how mayor…

–D.C.: La tradición budista, como decía Francisco Varela, es explícitamente empírica. Allí se estudia la mente y cada monje participa con los demás en validar sus observaciones. Se genera un movimiento social muy interesante.

–¿Con efecto sinérgico?

–D.C.: Obviamente. Y así lo dicen los budistas: no es lo mismo una vela prendida que cien…

–Cuando un monje, durante la meditación, consigue el máximo nivel de mente quieta, ¿cómo se ve en el encefalograma?

–A.L.: Es una pregunta difícil y que está en curso, en desarrollo. Porque los métodos que utilizamos son de muy baja resolución respecto a la complejidad de los estados mentales. Los estudios que hemos publicado sugieren que existe una huella “dactilar”, una huella neuronal, de ciertos estados estables en el tiempo. Y eso se ve de cierta manera en el electroencefalograma, como un patrón de actividad estable en el tiempo.

MENTE Y CEREBRO

–El budismo habla de conciencia, la ciencia habla de cerebro. Hablamos de mente y cuerpo como cosas separadas. Eso confunde. ¿Está la conciencia, la mente, ubicada en el cerebro?

–D.C.: Esa es una pregunta central de la neurociencia. Pero no hay manera de asegurar que la mente esté sólo dentro del cerebro.

–A.L.: Pero se necesita del cerebro para tener una mente, para acceder a la mente.

–D.C.: En la perspectiva de Varela, atribuir a la conciencia una posición dentro del cerebro es un error de categoría. La conciencia es una propiedad del organismo, pero depende de sus regulaciones internas, de su capacidad de ser en el mundo, de moverse en el espacio y de interactuar con otros organismos. Uno de los últimos trabajos de Varela es justamente ése: hasta qué punto la mente es un proceso “deslocalizado”, que no está localizado en una parte específica del cerebro, sino que es un proceso que depende de múltiples ciclos biológicos. Depende del ciclo del organismo, del ciclo del sistema nervioso, para coordinar movimientos y percepciones en el mundo, y del ciclo de las interacciones entre sujetos, lo intersubjetivo. Hay una veta muy coherente, desde el inicio hasta el fin de sus investigaciones, que sostiene que la conciencia no es un algo, no es un objeto. Es un proceso…

–¿Esa tesis encaja con la percepción budista de conciencia?

–A.L.: Dentro del budismo hay muchas escuelas que difieren acerca de lo que es la conciencia y existen bibliotecas completas para describirla. Los budistas han ido muy lejos en este punto. Pero una idea clave del budismo, compartida por todas las tradiciones, es que el ego, ese ego autónomo, permanente e independiente con el cual uno se relaciona con el mundo… ¡es una ilusión! El budismo sostiene que lo que existe, en realidad, es un proceso interdependiente, insustancial e impermanente. Y en la neurociencia sostenemos que no existe un lugar puntual del cerebro donde esté la conciencia, sino que es un proceso distribuido y cambiante en el tiempo.

–Insustancial... ¿qué es eso?

–D.C.: Lo opuesto a la certeza de solidez. El ego cambia en el tiempo y en la interrelación con otros. Por eso es insustancial, no hay nada sólido que lo sostenga. Hay mecanismos que están en proceso, siempre cambiantes y que producen esa percepción ilusoria de ego. Esa es una de las paradojas de los organismos vivos. Punto central del trabajo de Varela es que los organismos vivos son paradojales. Son estructuras que establecen una identidad, pero están abiertas a la interacción con el mundo, interacción que las puede destruir, pero a la vez necesitan de esa interacción para establecer su propia identidad. LND

No hay comentarios: