Miami Vice:
Bien vestidos y frágiles
Juan Pablo Vilches
JUAN PABLO VILCHES
La escena cumbre de Ali es cuando su protagonista ve pintado en una pared un dibujo de sí mismo derribando aviones con sus puños. Fue recién ahí cuando tomó conciencia de la magnitud de su propio mito, el que fue forjado conscientemente, pero cuyos resultados escaparon de sus manos. Algo semejante le sucede al periodista de El informante, cuya ética de trabajo lo deja sin trabajo, o al asesino de Colateral, tan perfecto en su oficio que se enajenó de su proceso de total deshumanización. Lo que hacemos nos hace ser lo que somos, incluso -y sobre todo- cuando no nos damos cuenta de ello.
La filmografía de Michael Mann incluye las notables películas recién mencionadas y muchas más, así como algunas series de televisión, entre las que destaca la recordada Miami Vice. Ambientada y realizada en una época dominada por el glam (los 80), esta serie elevó para siempre los estándares de producción de su género y puso visionariamente a Miami como escenario enriquecido por una diversidad cultural y de flujos de todo tipo, lo que se ha exacerbado en el transcurso de 20 años. La reciente película homónima de Mann es su oscura constatación.
Glamour y sinsentido
La operación encubierta de los agentes Crockett (Colin Farrell) y Tubbs (Jamie Foxx) para infiltrarse en la red de un zar de la droga es narrada minuciosamente. Cada etapa y cada contacto son mostrados con todo detalle, tanto por su interés implícito como por la posibilidad de seguir de cerca la relativización de la identidad y las lealtades de quienes deben fingir creíblemente que no son lo que son. Es su trabajo, uno que aparece como difícil y exclusivo, pero cuyo revés consiste en ser en sí mismo una trampa.
Lo notable es que poco de esto se dice en diálogos. La elaboración visual de Mann -la atractiva noche de Miami filmada en digital, las palmeras mecidas por el viento y los desenfoques mientras se mira al horizonte- logra transmitir un tono permanente de fragilidad, de precariedad de las personas en el entorno de esta historia. Con su ritmo contemplativo, su fotografía oscura y su misma trama, la cinta nos deja en claro que el glamour de Crockett y Tubbs es apenas un disfraz con el que los policías tratan de parecerse y acercarse a un enemigo globalizado y de recursos infinitos al que no pueden derrotar.
Sin embargo, la adrenalina de ese trabajo casi suicida no deja espacios para que los protagonistas perciban un sinsentido que se filtra por todas partes, y que se hace fugazmente visible cuando se involucran los afectos.
El punto débil
No es casualidad que ambos detectives estén involucrados sentimentalmente en la historia ni que sea precisamente este aspecto el que termina cerrando la película en un montaje paralelo. Si bien la relación de Tubbs con su compañera de trabajo Trudy (Naomie Harris) está bien llevada y está a la altura de las complejas relaciones entre iguales en las parejas del cine de Mann (Fuego contra fuego), el idilio de Crockett con la traficante Isabella (Gong Li) parece salido de otra parte.
Con un inicio, desarrollo y final provistos de una pátina romántica ajena al ánimo seco y cínico del filme, la historia de Crockett e Isabella funciona más como un elemento necesario para el éxito comercial (esquivo en este caso) que como un límite definitivo para el disfuncional modo de vida y de trabajo de Crockett y Tubbs, el que finalmente se les escapó de las manos. Tal vez sea ése el punto más débil de una muy buena película.
FICHA
Director: Michael Mann.
Actores: Jamie Foxx, Colin Farrell.
Productor: Pieter Jan Brugge, entre otros.
País: Alemania, Estados Unidos.
Año: 2006.
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