Como no hay experiencia pura del lenguaje, como el lenguaje está siempre en acto, todo lo que se diga en él es producción de sentido. Aunque sea el relato de un sin sentido.
En estas condiciones, ¿desde dónde, y para quién, hay una dislocación?. Desde luego no hay dislocación para sí misma, puesto que en su evento no hay sujeto : es ella misma la que hace el efecto de subjetivación que convierte a un sujeto en sujeto.
La dislocación como tal sólo es aprehensible en el marco de un relato, de una reconstrucción. A no ser que invoquemos la noción mítica, problemática, de experiencia pura del pensar, la que, de todas maneras, no puede sino ser relatada. Esto significa que es para el sujeto subjetivado por la eventual dislocación que ella es efectivamente una dislocación, es decir, una interrupción del sentido, una emergencia imponderable de la contingencia radical.
Pero la reconstrucción lo que hace es producir sentido. Si seguimos las hipótesis de Laclau, la reconstrucción sutura el espacio abierto por la contingencia radical, el espacio de la temporalidad pura. El mero relato de la dislocación la disuelve como tal, y la recupera para un universo de sentido. Y tenemos entonces una continuidad del sentido que relata de sí misma que fue interrumpida por un evento en el cual se ha roto la temporalidad, por un acontecimiento, que no tiene racionalidad propia, ni sentido propio. Si decimos esto de manera existencial, lo que el relato dice es que de pronto nuestras vidas cambiaron, se hicieron inseguras y precarias, perdieron su horizonte, quedaron expuestas a una libertad sin nombre y sin sujeto, y que experimentamos una enorme angustia ante estas conmociones, y que tratamos de sobreponernos a esas angustias hablando de ellas, suturándolas en el relato.
No es difícil sospechar que el sujeto que aparece en este relato es el que ha sido subjetivado en la experiencia de una derrota. La derrota es esa misteriosa emergencia que interrumpe el sentido. Es para los derrotados que un evento dramático y conmovedor ha surgido desde la contingencia. La derrota nunca tiene sentido para sí misma. Es en el relato posterior donde encuentra su sentido y consuelo. El relato, que rearticula el sentido, hace el trabajo de duelo que permite sobrevivir a ella.
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