02 agosto 2005

Es comprensible que queramos criticar el totalitarismo político de izquierda, aunque la mayoría de nosotros no lo haya vivido, y esté marcado más bien por el totalitarismo político de derecha. Es comprensible que queramos criticar todo totalitarismo. No parece razonable, sin embargo, pensar que para evitar el totalitarismo haya que creer que sólo la política local es posible. Es cierto que Laclau pone el énfasis en la idea de antagonismo y en la posibilidad de pensar estrategias. Pero a esta razonabilidad académica le falta algo que es esencial a la política de izquierda : el entusiasmo de una voluntad que crea que el mundo puede ser cambiado globalmente. La idea de realización humana, de la que dudan tan rigurosamente los intelectuales en sus academias.

Se podría decir que, en la medida en que el planteamiento de neo izquierda aspira a “ideales” como radicalización de la democracia, o articulación de una estrategia progresista, su reformismo no se ha degradado aún a la aceptación simple de la articulación hegemónica dominante, y al simple juego dentro de sus coordenadas. Quizás aún hay en los renovados algo así como un deseo que impulsa la posibilidad de un bando progresista, que quiere hacer mejor la vida humana. No es claro, sin embargo, cómo este deseo podría encontrar un lugar en el cuadro de radicalidad que insiste en presentar como teoría. ¿Puede conciliarse la idea de un deseo sin sentido, que surge de la falta, que emerge de la contingencia, con la idea de una hegemonía “progresista”?. Y, lo que es más grave, ¿tiene sentido la noción de un deseo parcial?. ¿No deberíamos sospechar de un deseo que acepta su parcialidad?. Un deseo que acepta su parcialidad no es sino un deseo colonizado por un sentido que lo niega. El “deseo” que opera en una política reformista no sólo no es propiamente un deseo, es un ente que está condenado de antemano a su fracaso. ¿Pero no es justamente esto lo que nos dice un intelectual renovado, siguiendo a Lacan, de todo deseo?.

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