02 agosto 2005

Tratar de disputarle al poder burocrático el protagonismo y dominio de la industria del espectáculo es tan ilusorio como lo fue tratar de ganar democráticamente el poder del Estado en la época burguesa. Y contiene la misma falacia, que no es sino la de creer que conquistar el espacio donde se articula el poder es ya conquistar el poder mismo. Lo que los nuevos impugnadores, que continúan las venerables tradiciones de la impugnación vanguardista del siglo XX, no ven es que ese espacio de la demostración, del montaje, de la experiencia y el testimonio, es justamente hoy en día el espacio de la política real. Real, por cierto, en el sentido en que siempre lo ha sido la política.

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