Ya Platón, el intelectual por excelencia, temió que el ejercicio de la escritura terminaría borrando la memoria. Hoy sabemos que eso no es cierto. No hay una memoria objetiva que borrar, la escritura sólo enfatiza que toda memoria es un producto. Y quizás fueron los antiguos persas del siglo X, esos vividores, los que mejor entendieron, con sus “Mil y una Noches”, el significado de ese infinito cajón de sastre que es la memoria escrita : encantamiento, ilusión, producción de mundos, ejercicio humano.
Quizás Kant es la culminación de la tradición de la memoria escrita : la consciencia que escribe su percepción configura el mundo. Quizás el desafío hegeliano es asumir por fin la escritura como vida, es decir, como política.
Pero los sacerdotes han puesto a “El Libro” en el tiempo y lo han usado para administrar la culpa a través de la memoria. Sus Mil y una Noches no son ilusión, engaño, vida sutil, amabilidad erótica, sino omnipresencia de la Palabra, que es el reino de la seriedad y la Verdad, del gran Dolor, y la infancia perpetua en que nos fija la Ley Paterna.
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