La comunicación social como nueva escuela y nuevo espacio público, como el lugar por excelencia de la reproducción ideológica, nos obliga a pensar en otros términos el problema de la política formal y el de la consciencia. Ante una política formal marginalizada, reducida a una esfera funcional entre otras, vaciada de sus contenidos clásicos esenciales, y ante la capacidad tecnológica de intervenir la consciencia de los ciudadanos desde la conformación misma de sus aparatos psíquicos, las posibilidades del pensamiento y la acción radical deben ser pensadas de una manera cualitativamente nueva.
En particular, los principios totalizadores de la nueva situación dejan de ser evidentes, sobre todo para una mirada clásica. La identificación e impugnación de mecanismos disciplinadores visibles pierde su eficacia y sentido en una sociedad que produce y administra diferencias. El sistema, en su conjunto, no requiere esencialmente de ninguno de sus mecanismos disciplinadores en particular. Puede desconocerlos, debilitarlos, reformarlos, potenciarlos, abandonarlos incluso, de manera local, temporal, una vez aquí, otra allá, reinstalarlos y volverlos a desautorizar, de manera flexible y circulante. Ni el arte “burgués”, ni la cárcel, ni el manicomio, ni la represión manifiesta, ni siquiera la monetarización de las relaciones sociales, son constantes, estables, en un sistema cuya habilidad tecnológica básica es justamente circular, de manera real, local, flexible, de unas formas de disciplinamiento a otras, o de manera ficticia, diluyéndolas o demonizándolas, potenciándolas o haciéndolas necesarias, a través de la comunicación social.
En una situación como esta, la vieja sospecha de que se puede jugar al margen, de manera fragmentaria y local, de que se puede impugnar constantemente, en una eterna guerrilla de experiencias liberadoras, pequeños sabotajes, o grandes testimonios, simplemente pierde sentido. Los que se quieran mover en este terreno se mueven completamente en el espacio en que el poder tiene sus máximas fortalezas.
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