En la sociedad tradicional, que articulaba su dominación en torno a la radical apropiación de la memoria colectiva, la memoria mesiánica, que nos dice que “hemos sido esperados”, que pone nuestra tarea como la de redimir a nuestros padres, era potencialmente subversiva.
En la sociedad post moderna, que articula su dominación de la diversidad creando pasados, presentes y futuros múltiples, a la medida de los consumidores, la memoria mesiánica, una entre otras, es perfectamente administrable. La tolerancia represiva puede admitir nuestra tarea redentora fácilmente y traducirla en utopía de consumo : nuestros padres vivieron mal, nosotros viviremos mejor. La culpa residual por este beneficio, que nunca lograremos hacer llegar hacia el pasado, se puede ahogar en conformismo, en horror ilustrado ante el pasado de barbarie, o simplemente anular a través de la progresiva simplificación del aparato mental.
No se puede luchar desde la memoria mesiánica en una sociedad que es capaz de inventar múltiples memorias. Pero incluso, si se pudiera, el concepto mismo de recurrir a la memoria como argumento, o como simple experiencia, debería ser revisado. ¿Debemos recurrir a la memoria como experiencia?. ¿Nos dictan nuestros mayores un destino mejor?. ¿No es esto un ánimo de arraigar la consciencia crítica en la sensación de culpa?. ¿Qué clase de utopía, o de negatividad, es la que resulta de recurrir al pasado?. Una sociedad que es capaz de inventar múltiples pasados, una consciencia crítica que quiere salvar lo que en alguna de esas ilusiones habría de esperanza
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