04 agosto 2005

Hay fenómenos actuales que no son fáciles de asimilar en la lógica de la explotación capitalista. Uno es el de las AFP, y otros fondos similares. Otro fenómeno es la limitación progresiva del arbitrio sobre la propiedad privada en nombre de intereses no capitalistas. Hay más: el progresivo distanciamiento de los propietarios privados respecto del control de los procesos productivos, la necesidad creciente del capital de someterse a regulaciones globales para no derrumbarse ante las crisis generales de sobre producción, la difusión de la propiedad en sociedades accionarias cada vez más grandes, que quedan en manos de sus gestores, más que bajo el control de sus propietarios, la necesidad estructural de crear empleo improductivo para mantener la capacidad de compra. Todavía hay más. No voy a detallar cada uno de estos fenómenos, sólo voy a ejemplificar con los dos primeros.

En el caso de las AFP ocurre la anomalía de que los dueños del capital, cuestión reconocida por la propia legislación burguesa, son los trabajadores, y los “asalariados” son esos esforzados señores que se desviven usufructuando de nuestra propiedad privada, sin ser los dueños, para terminar dándonos pensiones miserables. De manera clara y flagrante hay aquí un usufructo sobre el capital por parte de agentes sociales que no son sus propietarios. Creo que hasta hoy no tenemos categorías marxistas para situaciones como estas. Y hay que notar que las AFP se han convertido en las principales fuentes de capital en nuestro país. Propongo que para entender esto es necesario distinguir el “salario burocrático”, o de administración, del “salario de los productores directos”, y que es necesario reconocer la enorme proporción de este usufructo en el movimiento de capital a nivel global. Por cierto, toda la plusvalía proviene del trabajo productivo de los productores directos, la cuestión es reconocer las formas históricas específicas en que esa plusvalía es apropiada, el contenido de clase de esa apropiación, y las formas en que es legitimada y vehiculizada a nivel ideológico y jurídico.

El otro fenómeno es toda esa dimensión de la lucha de clases, al interior del bloque de clases dominantes, en la que lo que está en juego es el libre arbitrio sobre la propiedad privada, que es uno de los componentes que definen la apropiación capitalista. La regulaciones ecológicas, las conquistas del movimiento obrero en torno al salario (como los beneficios sociales), las enormes cuotas de la plusvalía a nivel social que se consumen en la tarea de hacer viable y estable el movimiento del capital (a través de los estados, de los grandes reguladores transnacionales), las cuotas de plusvalía que el capital (y los trabajadores) pierden a manos de lo que, por falta de una categoría material y histórica, llamamos “corrupción”, las enormes cuotas de plusvalía que son apropiadas por los gestores de la producción (cuyas funciones productivas reales son cada vez más evanescentes) en el nivel de la división técnica del trabajo.

Es curioso que a nivel empírico, y enmarcado en estudios perfectamente reaccionarios, la intelectualidad burguesa haya estudiado y documentado ampliamente todos estos fenómenos, sin que los marxistas se hayan hecho cargo de las consecuencias que podrían tener para su propia manera de analizar la dominación y la explotación. Si Marx estudió, usó los resultados y criticó a Adam Smith y a David Ricardo, ¿porqué no podemos hacer lo mismo con Galbraith, o Darendorff, o incluso Soros?. Podemos hacerlo, y de manera marxista, a no ser, claro, que los satanisemos por definición y de antemano.

Pero el punto más importante, al menos para un marxista, es cual sería el sentido político de hacer estas distinciones. Por muy buena que sea la idea, si no aporta algo directo a la lucha política podría carecer de interés. Caros Perez Soto.

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